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¿Está IRÁN ya derrotado sin su programa nuclear? IRÁN sin misiles ni uranio ¿puede aún vengarse?
El programa nuclear de Irán ha sido destruido esta noche. Lo que durante décadas pareció un castillo de concreto enterrado en la roca ha caído bajo el peso de unas cuantas bombas GBU‑57, también conocidas como “las Chuck Norris del arsenal estadounidense”. Y mientras escribo esto, pienso en el gesto que habrá puesto el Ayatolá Jamenei al ver en las pantallas del búnker cómo Fordow, ese santuario subterráneo, se convertía en un colador. Estados Unidos e Israel han borrado en una madrugada lo que Irán levantó durante más de veinte años a base de sanciones, contrabando y propaganda.
Pero también me viene otra idea. Una que no gusta verbalizar porque huele a película barata y a estampa de museo. ¿Y si esto no es el final sino solo el primer disparo de una guerra mayor?
La bomba que atravesó la montaña y el mito
Lo de Fordow no era una planta cualquiera. Estaba excavada en el interior de una montaña, a más de cien metros de profundidad. Supuestamente inexpugnable. Hasta que seis bombarderos B‑2, viajando directamente desde Estados Unidos, le clavaron doce bombas perforantes, cada una de ellas con más fuerza que el orgullo persa. Fue un golpe quirúrgico y a la vez espectacular. Imposible no recordarlo con una mezcla de estupor técnico y escalofrío: 160 toneladas de democracia lanzadas sobre el refugio atómico de Irán.
El paralelismo con Top Gun: Maverick es tan grotesco que resulta inquietante. Allí también había una planta nuclear enterrada, también se infiltraban pilotos a través de un cañón, también el éxito dependía de un ataque quirúrgico sin margen de error. Lo que no mostraba la película eran los drones suicidas, los señuelos, los misiles Tomahawk lanzados desde el submarino USS Georgia. Pero eso ocurrió. Todo eso ocurrió.
“Solo Estados Unidos podía hacerlo. Solo Israel se atrevía a pedirlo.”
Mientras los B‑2 entraban desde el oeste, los cisterna se hacían pasar por aviones de ataque para despistar a los radares iraníes. Todo había sido planeado durante semanas por Netanyahu y Trump mientras se hacían los distraídos. Fingieron dudas, reuniones diplomáticas, amenazas tibias. Pero detrás del telón se estaba gestando el ataque más audaz en décadas. La diplomacia era puro teatro. El telón cayó con una bomba.
¿Y ahora qué le queda a Irán?
Fordow ha desaparecido. Natanz está desactivada. Isfahán es un escombro. Si el programa nuclear iraní era el escudo simbólico y disuasorio de su régimen, ahora el escudo se ha hecho trizas. Irán ya no tiene con qué negociar. Literalmente, no tiene nada que ofrecer. ¿Cómo negociar el desmantelamiento de algo que ya está desmantelado?
A eso se suma otro golpe: sus lanzadores de misiles también han sido destruidos. En las primeras horas del conflicto, Irán disparó 150 misiles. Después, una decena. Ahora: ninguno. El silencio no es paz, es impotencia.
¿El resultado? Una escena más digna de Shakespeare que de Al Jazeera: el Ayatolá redactando su testamento desde un búnker, mientras los ministros europeos organizan cumbres diplomáticas que ya no sirven para nada. ¿Qué vas a negociar con un régimen al que le han amputado el brazo derecho?
“Irán está desangrado. Y ni siquiera ha empezado la guerra.”
Podría parecer que todo ha terminado. Pero lo más inquietante es que esto puede ser solo el principio. Porque a un tigre herido no se le da la espalda. Y si Irán no puede atacar con misiles, puede intentarlo con algo más peligroso: cerrar el estrecho de Ormuz.
Ese punto angosto del Golfo Pérsico por donde circula casi un tercio del petróleo mundial. Si lo bloquean, se dispara el precio del crudo, se tambalean las bolsas y la crisis energética se convierte en global. Así que sí, quizás no puedan lanzar misiles… pero pueden desatar el caos.
De hecho, ya lo han insinuado. La televisión pública iraní ha llamado abiertamente a lanzar misiles contra la flota estadounidense en Bahréin. Suena suicida. Pero cuando te han arrinconado, el suicidio estratégico puede ser tu única jugada.
“El tigre no ruge cuando está herido. Muerde.”
La paradoja Trump
Hay otro detalle curioso. Donald Trump fue el primer presidente en 71 años que no comenzó una guerra. Lo repitió mil veces en su primera campaña, como un mantra populista. Y sin embargo, aquí está: comandando un ataque que podría haber detonado una guerra de escala global.
Los suyos —los halcones del Partido Republicano— aplauden. Pero el ala aislacionista del trampismo está furiosa. ¿Cómo puede el líder de la “paz a través de la fuerza” estar ahora empantanado en otra guerra en el Golfo? ¿Qué dirán los votantes cuando se enteren de que los portaaviones están saliendo rumbo al estrecho de Ormuz? ¿Y si esta guerra no termina pronto? ¿Y si cuesta vidas y millones?
A veces parece que Trump no manda tanto como parece. O que manda más de lo que debería. En cualquier caso, este ataque no ha sido una bravuconada aislada. Ha sido un movimiento tectónico.
Las guerras que se alargan
Irán tiene 90 millones de habitantes. Sigue teniendo ejército. Puede seguir armando milicias en Líbano, Yemen, Siria. Puede jugar la carta del petróleo. Puede provocar en Irak. Las posibilidades son muchas, y ninguna buena.
Que Israel tenga superioridad aérea no significa que pueda pacificar todo el terreno. Lo aprendieron los soviéticos en Afganistán. Lo aprendieron los americanos en Irak. Los bombardeos ganan batallas. Las guerras se pierden en el barro.
Hay quien sueña con un cambio de régimen en Teherán. Con el Ayatolá saliendo en helicóptero como un personaje de Narcos. Con los iraníes abrazándose en las plazas y entonando libertad, libertad sin ira. Pero eso es una fantasía orientalista. Ningún régimen cae solo por perder sus armas. Caen cuando la gente lo abandona. Y eso, en Irán, no está garantizado.
El dilema israelí
Para Israel, este ataque era urgente. Pero no suficiente. Destruir el programa nuclear es solo la primera parte. El objetivo real es eliminar la amenaza a largo plazo. Y esa amenaza no son los misiles. Es la ideología que los lanza. Si dentro de diez años Irán vuelve a intentar enriquecer uranio, esta operación no habrá servido de nada.
Así que la pregunta ahora es brutal en su simplicidad: ¿seguirá atacando Israel hasta derrocar el régimen? ¿Buscará el jaque mate o se conformará con haber ganado la apertura?
Porque si no derrocan al régimen ahora, quizás nunca puedan hacerlo. Ahora están fuertes, Irán débil. Es el momento. ¿Pero a qué coste?
Y si todo sale mal…
¿Y si Irán logra cerrar Ormuz durante un mes? ¿Y si lanza misiles sobre Dubái o Kuwait? ¿Y si consigue arrastrar al Líbano, a Siria, a Irak? ¿Y si estalla algo más grande?
El problema de las guerras quirúrgicas es que la cirugía a veces abre más heridas de las que cierra. Y esta no es una guerra cualquiera. Es una guerra en la que los bandos no solo luchan con bombas, sino con símbolos, petróleo y religión.
Israel ha golpeado primero. Con precisión. Con arrogancia. Con éxito.
Pero en geopolítica, el que golpea primero no siempre gana. A veces solo despierta a un enemigo que estaba dormido. Y ahora ese enemigo sangra, pero no ha muerto.
“Lo difícil no es empezar una guerra. Lo difícil es saber cuándo ha terminado.”
“Si el hierro se embota y no se le saca filo, hay que golpear con más fuerza.”
(Eclesiastés 10:10)
“La historia es una pesadilla de la que intento despertar.”
(James Joyce)
¿Y ahora qué?
¿Veremos a Irán lanzando su último zarpazo antes de caer? ¿Se atreverán a cerrar el estrecho de Ormuz? ¿Logrará Israel presionar hasta derribar el régimen?
O quizá estemos ante otro conflicto eterno, en el que todos pierden un poco y nadie gana del todo. Donde el enemigo de hoy se convierte en el socio de mañana.
La guerra está en marcha. Pero el final aún no tiene guion.