¿Puede un simple LoRa derrotar al Gran Hermano digital? El comunicador LoRa que desafía al futuro con claves que se queman solas
¿Y si la única forma de comunicarse en el futuro fuera también la más antigua? 🛰️📻
Hay algo irresistible en lo retro cuando se mezcla con lo futurista. Como una máquina de escribir con Wi-Fi. O un walkie-talkie que habla en cifrado militar. Así se siente el comunicador LoRa de Bertrand Selva: un artefacto que parece llegado del pasado, pero listo para enfrentarse a cualquier tormenta digital del futuro. Es una especie de cápsula de supervivencia comunicacional, con una estética austera que esconde una sofisticación técnica brutal. Un susurro encriptado que se escapa por el éter mientras el mundo se incendia.
Origen: As The World Burns, At Least You’ll Have Secure Messaging
“No necesitas red cuando tienes secreto”, podría ser el lema de este dispositivo. Un terminal que prescinde de Internet, de torres, de servidores, de todo aquello que hoy damos por sentado y que mañana podría desaparecer con un solo apagón. ¿Ficción apocalíptica? Quizás. Pero, como dice aquel refrán que repetía mi abuela cuando llovía con truenos: mejor tener una vela aunque haya sol.
“Lo sencillo no es lo simple, es lo esencial”
Y lo esencial aquí tiene nombre y apellidos: Raspberry Pi Pico, una pantalla táctil, un teclado USB, un módulo LoRa y un GPS. Eso es todo. Nada de nubes, ni sistemas operativos gigantes, ni redes de telecomunicaciones sospechosas. Bertrand Selva lo ha construido con la precisión de un relojero y la lógica de un anacoreta digital: que cada pieza sea comprensible, reemplazable, y sobre todo, confiable.
En tiempos donde los dispositivos se han convertido en opacas cajas negras, el comunicador LoRa de Selva es una caja transparente: lo que ves es lo que hay. Y lo que hay es poderoso. Porque lo que hace no lo hace nadie más: comunica a través del aire, a largas distancias, con una seguridad tan radical que hace que los chats cifrados de Silicon Valley parezcan postales sin sobre.
Pero también…
También es incómodo. Porque te obliga a pensar. A planificar. A cooperar. Nada de contraseñas recuperables. Nada de reenvíos por correo. Si pierdes la clave, pierdes el mensaje. Si pierdes la tarjeta SD, puedes comprometer a toda tu red. Esta no es una tecnología para quienes quieren soluciones fáciles. Es para quienes quieren control total, aunque les cueste dormir.
El fuego sagrado del “one-time pad”
Bertrand Selva ha desenterrado el santo grial del cifrado: el “one-time pad”. Un método tan seguro que se usaba en la Guerra Fría, cuando los espías preferían llevar píldoras de cianuro antes que sus claves. ¿La idea? Cada mensaje se cifra con una clave que solo se usa una vez, del mismo tamaño que el texto, y luego se destruye. Punto.
¿Matemáticamente irrompible? Sí. ¿Prácticamente impracticable? También. Pero Selva lo ha hecho posible gracias a una gestión quirúrgica de claves sincronizadas por GPS o relojes de altísima precisión. Cada dos minutos, una nueva clave. Cualquier intento de descifrado sin ella es inútil, como tratar de resolver un crucigrama en ruso sin saber el alfabeto.
Y lo mejor: no deja rastro. Al contrario que otros sistemas que almacenan mensajes cifrados o claves residuales, aquí todo desaparece después de usarse. Es como si el mensaje se autodestruyera al estilo “Misión Imposible”, pero sin explosiones ni efectos especiales. Solo con la fría elegancia de la lógica binaria.
“Cuando todo falle, aún podrás escribir un mensaje”
Y ese mensaje, probablemente, llegará. Porque el sistema está diseñado para sobrevivir en entornos hostiles. El uso del módulo LoRa E22 400T permite saltarse obstáculos físicos y comunicar a largas distancias con un consumo energético ridículo. A diferencia de la mayoría de dispositivos que dependen de infraestructuras centralizadas, este funciona en una red descentralizada, casi tribal, donde cada terminal puede actuar como repetidor y extender la señal como un susurro que se va pasando de oído en oído.
Pero también…
También tiene límites. No está pensado para miles de usuarios. Ni para grandes organizaciones. Su lógica es la de los grupos pequeños, confiables, donde todos tienen una copia de las claves y saben lo que hacen. Si uno falla, todos se arriesgan. Y no hay marcha atrás. No hay segunda oportunidad.
Este diseño está más cerca de la ética hacker o la mentalidad prepper que del mundo empresarial. Es un dispositivo para quienes sospechan que las redes actuales son demasiado grandes, demasiado vigiladas, demasiado frágiles. Para quienes piensan que la privacidad no es un lujo, sino un derecho. O mejor aún: una necesidad.
La nostalgia como brújula del futuro
Hay algo profundamente retrofuturista en este invento. No solo por su diseño o sus referencias tecnológicas. También por su filosofía. Es una máquina que mira al futuro con las herramientas del pasado. Que desconfía de lo nuevo por defecto, y se apoya en ideas que han demostrado ser eternas. En un tiempo donde todo parece inestable, caótico, impredecible, este comunicador apuesta por lo esencial, lo comprensible, lo humano.
No hay inteligencia artificial. No hay algoritmos predictivos. No hay sensores que espían tus gestos. Solo un teclado, una pantalla, una radio y una clave. Como un poema cifrado lanzado al aire.
“En los tiempos difíciles, los sabios vuelven a lo simple”
(Adaptación libre de Lao Tsé)
El uso de la banda de 433 MHz no es casual. Es la frecuencia preferida por los radioaficionados europeos, esa tribu silenciosa que lleva décadas hablando por el aire sin intermediarios. En un mundo de 5G, 6G y más Gs que amigos verdaderos, volver a esas bandas suena a herejía… o a lucidez.
Y sin embargo, funciona. Como explican en este proyecto detallado, la eficiencia no está en la potencia, sino en la elegancia del diseño. En la eliminación de dependencias. En la confianza en lo esencial.
¿Un juguete para paranoicos o el último bastión de libertad?
Depende de a quién preguntes. Para algunos, este comunicador es un artefacto excéntrico, salido de la mente de un ingeniero conspiranoico. Para otros, es una herramienta de supervivencia mental. Una señal de que aún es posible comunicarse sin ser observado. Sin ceder. Sin negociar.
“A veces, lo paranoico es simplemente estar bien informado”, decían en cierta película. Y puede que tu vecino, ese que no tiene redes sociales y guarda latas en su sótano, no esté tan loco después de todo.
Porque si el futuro es incierto —y todo indica que lo es—, tener una forma de hablar sin ser escuchado podría ser más valioso que cualquier nueva app, por muy brillante que sea su interfaz.
“Quien controla la comunicación, controla la mente”
(Paráfrasis libre de Orwell)
El comunicador LoRa no es una solución masiva. Es una declaración personal. Un manifiesto portátil. Una carcasa de plástico con alma de guerrero.
Y eso lo hace único.
¿Y si mañana se cae Internet? ¿Y si ya no podemos confiar en nuestras redes? ¿Tendremos el valor —o la preparación— de comunicarnos como antes? ¿Podríamos volver a la radio, al código, a la confianza?
O mejor aún: ¿podríamos hablar… sin que nos escuchen?