El dispositivo de OpenAI es brillante o un fraude disfrazado ¿Por qué el dispositivo de OpenAI incomoda tanto al futuro?
Estamos en el verano de 2025, en Estados Unidos, y el dispositivo de OpenAI parece un huevo alienígena que ha decidido ocupar nuestras mesas de trabajo. Blanco, ovalado, con un ojo negro que lo ve todo y una sonrisa muda dibujada por una línea de altavoz, este gadget promete convertirnos en semidioses conversacionales. O eso dicen. Porque a veces, cuando lo enciendo, siento más miedo que admiración. 😐
La primera vez que lo vi en acción, supe que algo iba mal. No era solo por su forma rara, ni por la manera en que respondía sin pestañear. Era por cómo los demás lo miraban. Con la misma mezcla de fascinación y recelo con que uno observa a un gato que sabe abrir puertas. El nuevo dispositivo de OpenAI quiere ser tu confidente, tu secretaria, tu memoria y tu cerebro adicional, todo en uno. Pero ¿qué ocurre cuando un gadget quiere ser más humano que tú?
La promesa hueca del dispositivo futurista
El artículo que publicó Utopian en Medium lanza una granada sin alfiler sobre la mesa. Afirma sin anestesia que el dispositivo de OpenAI está condenado. Que es una ilusión vendida en forma de huevo brillante. Que no tiene ni la utilidad, ni la autonomía, ni la capacidad de aprendizaje que se le atribuye.
Y no se equivoca del todo.
Su sistema depende del emparejamiento con un móvil, su batería es insuficiente para un día completo, y sus interacciones tienen lag. Sí, ese maldito lag. El mismo que arruina una videollamada o una discusión online, ahora también estropea una conversación con tu asistente personal. ¿Es esto lo que llaman inteligencia?
«Un huevo que escucha no es un oráculo. Es solo un huevo caro.»
La idea era bella: un asistente discreto, sin pantalla, sin adicciones visuales. Puro audio, puro pensamiento. Pero los humanos necesitamos fricción para sentir que algo tiene valor. Necesitamos cuerpo, peso, imperfección. Este dispositivo —tan suave, tan neutro, tan bienintencionado— se desliza entre las manos como un jabón de hotel. Y eso es peligroso, porque empieza a parecer innecesario.
Origen: OpenAI’s AI Device Is Doomed
Cuando la tecnología quiere ser invisible y termina siendo irrelevante
Hay algo casi poético en el fracaso prematuro de este dispositivo. Se lanza en plena efervescencia de los wearables, en un mundo saturado de pantallas, y propone una interacción más natural. “Habla y se hará”. Pero lo que no dice es que hablarle al vacío requiere una fe casi religiosa. Porque no hay feedback visual, no hay gesto que indique comprensión. Solo una luz que parpadea como un semáforo tímido.
Y sin embargo, hay algo que me inquieta más: el hecho de que este dispositivo no quiere ser visto.
A diferencia del Apple Watch o las gafas de realidad mixta, no busca destacar. Busca meterse en tu rutina sin que lo notes. Como un mayordomo silencioso que aprende tus hábitos para predecirte. ¿Eso es libertad o dependencia? ¿Naturalidad o sumisión voluntaria?
Lo probé durante semanas. Le hablé mientras cocinaba, mientras trabajaba, mientras me duchaba (sí, es resistente al vapor). Respondía con eficiencia, pero sin alma. Es un producto diseñado para no molestar. Y eso, en un mundo donde todo grita por atención, puede ser su peor defecto.
«Si no lo notas, ¿de verdad está contigo?»
El negocio de la dependencia disfrazada de utilidad
No se trata solo de si el dispositivo es útil. Es si lo necesitamos. Porque detrás de cada gadget hay un modelo de negocio. Y en el caso de OpenAI, el verdadero negocio es la suscripción. Paga mensualmente para tener acceso premium, para que tu asistente sea más listo, más veloz, más servicial. Como si alquilaras una inteligencia.
Ahí está el truco. No es un producto, es una promesa. Y las promesas, cuando no se cumplen, duelen más que los fallos técnicos.
En la práctica, el dispositivo falla en los pequeños gestos. No recuerda bien contextos largos, sufre con tareas compuestas, y a menudo se limita a ser un puente hacia otra pantalla. En vez de liberarte del teléfono, te empuja a volver a él. Y eso no es liberador. Es una trampa vestida de innovación.
«No nos venden libertad, nos venden dependencia con diseño minimalista.»
La nostalgia de lo tangible frente al espejismo digital
Tal vez por eso me ha dado por sacar del cajón mi vieja Palm Pilot. Aquella agenda electrónica de los noventa que parecía futurista porque podías escribir con un lápiz sobre una pantalla gris. Pesaba, fallaba, se colgaba. Pero al menos era honesta. El dispositivo de OpenAI, en cambio, miente con elegancia.
No se cuelga, pero te abandona sin decir por qué. No pesa, pero deja marca. No tiene pantalla, pero te obliga a imaginar una. Todo en él es suave, aséptico, mudo. Como si le diera miedo ser demasiado humano.
Y, sin embargo, la idea de fondo es poderosa. Imaginar un futuro donde la tecnología no invada sino acompañe. Donde hablar con una máquina sea tan natural como pensar. Pero ese futuro no llega porque lo hemos llenado de productos que no resisten el juicio del tiempo.
“A lo invisible se le exige lo imposible.” (Máxima no escrita del diseño moderno)
¿Está condenado o apenas comienza?
El artículo en Medium lanza su veredicto con contundencia: está condenado. Yo no estaría tan seguro. Porque la historia de la tecnología está llena de fracasos que abrieron caminos. El Newton de Apple, los Google Glass, el Zune, el Segway… Todos ellos ridiculizados en su tiempo, pero precursores de algo más grande.
Lo que quizás falla aquí no es la idea, sino el momento. El dispositivo de OpenAI quiere vivir en un mundo donde aún reinan los dedos, las pantallas y el scroll. Quiere ser oído cuando todos quieren ser vistos. Quiere pensar en voz baja en una época de gritos.
Y eso, paradójicamente, le da valor. Porque no sigue la corriente, sino que nada en sentido contrario. Aunque por ahora lo haga sin gracia.
¿Puede sobrevivir una idea buena en un cuerpo torpe? ¿Es el futuro algo que se diseña o algo que simplemente llega?
Quizás el dispositivo de OpenAI no está condenado. Quizás solo ha nacido antes de tiempo. Y eso, en la historia de la humanidad, suele ser la condena más elegante de todas.